Cuento final
Primera navidad con ella.
Ya no se que te escribí y que no, Eduardo. Me gusta escribirte porque sé que te gusta que lo haga.
El amor tocó mi puerta. Supe que mis días de soledad y soltería habían llegado a su fin en cuanto la vi llegar. La forma en que arrastraba sus muebles por el pasillo mientras hacía malabares con sus lámparas antiguas y múltiples cajas me enamoró.
Me miró con esos ojos llenos de intención y con ellos me pidió que la mire. No necesitaba pedirlo, lo hubiese hecho de todas formas. Ella quería la atención que yo le di sin dudar un segundo.
La ayudé con las cajas que parecían más pesadas. Tome una por una y las lleve por las eternas escaleras. Podría haberlas llevado todas a la vez pero eso me hubiese alejado de estar con ella todo el tiempo que yo quería. Fingí que los bultos me pesaban más de la cuenta para tener una excusa para extender el plazo de mi ayuda. Te lo digo a vos, pero a ella no se lo voy a admitir nunca.
Me urgía saber todo de ella, Eduardo. Ella era el amor de mi vida, solo que todavía no lo sabía. No me había dado la oportunidad de decírselo aun. En mi torpeza de enamorado tropecé en una de las escaleras. Uno de los cubos de cartón salió disparado y sé dejó ver picar unas tres veces antes de desparramar todo su contenido en el tercer piso del edificio. Para mi suerte, ella estaba muy ocupada con el dueño del camión de mudanza como para notar mi demora. No pude aguantar y aprovechando su ignorancia me dispuse a observar lo que estaba cargando en mis brazos antes del pequeño accidente. Quería encontrar indicios que me dejaran conocerla. Sin querer queriendo terminé dejándome llevar por sus remeras con olor a suavizante de lavanda. Recorrí con mis dedos las costuras que conformaban cada prenda de su vestidor. Tomé las fotos que se encontraban dentro de una pequeña caja. Retratos de animales y fotos familiares abundaban en las copias fotográficas. Mis sospechas eran ciertas, parecía ser una mujer ideal.
Quise imaginarme a su familia, Eduardo, los rostros que la habían moldeado y los lugares que había visitado. Cada imagen era una pieza del rompecabezas que necesitaba completar para entenderla, para saber cómo amarla mejor. En esas fotos que tuve en mis manos los cuerpos posaban sonrientes.
Lo amarillento de las fotos denotaba su antigüedad. Muchas cosas habrán pasado desde la captura original. Mientras la fotografía juntaba polvo en el estante habrá tenido muchas decepciones y alegrías. Deseé haber sido parte de su vida para estar a su lado en ambas. En un par de fotos, la forma en la que se disponían los familiares alrededor de una mesa decorada con un mantel rojo y verde me dejaba entender que era también víspera de navidad. Me alegró saber que tenía una familia que la acompañara en las navidades. Sabemos lo aburrido que es ver la gente reunida desde el balcón mientras se contrasta con la soledad propia.
No los conozco pero sé que ellos no estaban posando para una foto. Ellos parecían dejarse sorprendidos por la captura de la cámara que los retrataba tan alegres. Ellos no parecían de la clase de persona que se tapaban moretones, Eduardo. Ellos sí parecían felices.
Me imaginé en esas fotos, sonriendo bajo el cálido brazo de ella y sus progenitores posando para fotos a lo largo del tiempo. Yo sabía que estaría en las nuevas fotos familiares.
Guardé las copias polvorientas con cuidado y finalmente llegamos a su nuevo hogar. Me agradeció con una sonrisa que iluminó todo el pasillo y lo más profundo de mí. "Gracias, por la ayuda", acotó despreocupadamente mientras se hacía la que miraba unos papeles. Pero yo sabía que significaba más. Lo sentí en mi corazón, Eduardo, su agradecimiento era una señal, una prueba de que el destino había trazado nuestro encuentro. El universo estaba intentando gestar la mejor historia de amor.
Los días siguientes los pasé observándola como pude. Cada movimiento, cada gesto era un mensaje cifrado que solo yo podía entender. Ella se movía para mí. La vi regar sus plantas, ajustar las sábanas, desempacar sus libros y peinar su cortina de cabello rubia mientras se dejaba iluminar por el hermoso sol de diciembre. Vi cómo organizaba su nueva vida y me aseguré de ser parte de ella en cada pequeño detalle.
Sin embargo, no fue fácil. Había días en los que parecía ignorarme, como si no supiera que existo. Pero yo sabía que estaba equivocada en hacerse la interesante; solo necesitaba tiempo para darse cuenta de lo mucho que significaba para ella para entender que debía dejar de perder el tiempo. Durante esos momentos, escribía para calmar mi ansiedad. Te escribí a ti, Eduardo, como lo estoy haciendo ahora. Te contaba cada uno de mis pensamientos, mis planes, mis sueños con ella. Hablar contigo, Eduardo, es como hablar con una versión de mí mismo.
Hace días, por ejemplo, la vi salir del edificio con un hombre. El mundo se desplomó ante mis ojos, Eduardo. ¿Cómo podía no ver que yo era el hombre indicado para ella? Todo parecía carente de sentido, pero luego lo entendí. Era una prueba, una prueba pícara para demostrar mi paciencia y devoción. Lo seguí discretamente y tomé nota de todo. No permitiré que nadie se interponga entre nosotros.
Incluso una vez logré un cruce con ella en el ascensor. La tensión era palpable, su aroma a lavanda me envolvía y su proximidad me hacía temblar. Me preguntó si conocía algún lugar cercano para correr. Le dije que sí, le recomendé el parque al final de la calle, el mismo parque donde suelo correr. ¿Coincidencia? No lo creo, Eduardo. Estoy seguro de que quería que la acompañara. La tenía a mis pies.
Mis noches son largas y solitarias, pero la esperanza de que cada día podría ser el día en que se dé cuenta de nuestro amor me mantiene en pie. Te lo digo a ti, porque tú siempre me entiendes, Eduardo. A ella todavía no puedo decirle todo esto. No quiero asustarla. Quiero que nuestro amor florezca naturalmente, sin presiones. Pero sé que pronto llegará el momento.
¿Sabes, Eduardo? Hace poco la vi desde mi cocina. Estaba hablando por teléfono y parecía molesta. No pude escuchar todo, pero capté algunas palabras: "obsesivo", "vecino", "preocupante" . Creo que se refería a mí. Pero sé que no es verdad, ella solo está confundida ¿No?. Necesito ser paciente ¿No?. Todo se resolverá, estoy seguro.
Pasaron los días y me di cuenta de que algo no andaba bien con ella, Eduardo. No era yo, eso lo sé. Era ella, con sus actitudes erráticas y su forma de mirarme como si yo fuera el que no entendiera nada. Al principio, pensé que era parte de su encanto, esa pequeña chispa de locura que hacía todo más interesante. Pero luego, se volvió preocupante.
Comenzó a ignorarme por completo. No importaba cuánto intentara acercarme, cuánto tratara de ayudarla, ella simplemente me trataba como si no existiera. Podía ver la locura en sus ojos, esa mirada que no era capaz de enfocar en la realidad, siempre perdida en sus propios pensamientos. ¿Cómo no se daba cuenta de lo que estaba haciendo? ¿Por que quería alejarme de estar juntos en la salud y enfermedad como el Universo lo había planeado?
Una noche, la escuché hablar sola en su apartamento. Me acerqué a la pared y apoyé mi oído. Decía cosas incoherentes, se reía sola, murmuraba nombres que no conocía. La situación era alarmante. ¿Y si era peligrosa? ¿Y si hacía algo de lo que luego se arrepentiría? Me preocupé, Eduardo, de verdad me preocupé.
Por el bien de nuestra relación, decidí que debía hacer algo. No podía dejar que esta situación continuara así. Me enfrenté a ella, la confronté con la verdad. Le dije que presentía que estaba pasando por un mal momento, que podía ayudarla, que no estaba sola. Pero ella, en su delirio, me acusó de estar obsesionado. ¿¡Yo, obsesionado!? No pude evitar reírme. Era tan irónico que casi me dolía. Ella estaba totalmente loca.
Le dije que ella necesitaba ayuda urgente. Pero ella solo me miró con esos ojos de loca, negando todo, insistiendo en que yo era el problema. Empezó a gritar, a insultarme. Me llamó loco, Eduardo. A mí, que solo quería ayudarla. Fue entonces cuando entendí que no había nada que hacer. Ella estaba demasiado lejos, perdida en su propio mundo de fantasías y delirios.
Ya no importaba tener razón. Solo importaba que se fuera. Si esto era a costa de que ella se fuera orgullosa de sus argumentos y le dijera a todos lo victoriosa que había salido de esa batalla semiótica de media hora, a mi ya me daba igual. Ya la conoces, ya sabes como es.
La dejé salir triunfante con la mente en alto. Viste que el loco mira a los otros como si ellos estuvieran locos. O mejor dicho, mira a la gente común y corriente y se cree uno de ellos, acotando que el menos loco que él realmente se encuentra mal de la cabeza. El loco se contradice constantemente. El loco busca tener razón. Ella no escapa a esa norma y no se cree atrapada en el sarcasmo de su situación; ella se cree realmente normal, ordinaria y capaz de afirmar reiteradamente que los erróneos son los otros. Ya los conoces, sabes como son.
La loca se fue a paso redoblado, subió las escaleras y dichosa de su desempeño en la conversación, se esfumó (a hacer quién sabe qué cosa con quién sabe quién). Ella está totalmente loca, a mi no me importó lo que fuera a hacer. Me importó tan poco que cerré la puerta y me encerré en mi cuarto. Tan poco que esa vez solo escuché sus conversaciones en familia una hora y no cuatro. Tan poco que esa vez no cronometré el tiempo que salió de su casa y no me molesté en averiguar dónde y con quién compró el pan que llevaba bajo el brazo. Me importó tan poco que solo te lo cuento a vos y no al resto. De todas formas sé que sos el único que me escucha.
Es lindo estar acompañado esta navidad, la vez pasada estuvimos solos. Esta vez todos se juntaron en este edificio. La armonía de la sinfonía de la vajilla de plata acomodándose en manteles de seda es mejor que cualquier canción. Se escuchan a través de las paredes carcajadas y copas casi vacías que chocan alegremente. Ella ríe, o al menos eso escucho desde mi cuarto. Aunque estemos en un mal momento eso me alegra. Con la cabeza apoyada en su puerta es más fácil entender de qué hablan pero no tenía ganas de que me gritara otra vez. No quería correr el riesgo de que se sintiera victoriosa un día más. Hoy toca sentirse acompañado desde mi cuarto. Brindo con ellos como si compartiéramos las mismas cuatro paredes. Me siento acompañado aunque me separe de ellos, y de cualquier otro humano, un techo. Me siento acompañado aunque la loca se haga la que no me ama con locura.
Aunque no saldría en estas fotos familiares estaba muy cerca de ser protagonista en las siguientes. El hombre común se conforma, viste. Los locos son los inconformistas.
El hombre común se conforma, viste. Los locos son los inconformistas. Aún así la loca me dice loco, es de no creer. Con que vos sepas que no lo soy yo estoy conforme, pues no me importa lo que digan aquellos que salen ganadores de las peleas. Los perdedores muchas veces se dejan ganar por el hastío de escuchar al loco hablar tanto tiempo. Es divertido darle la razón al loco.
Me sentí mal por no estar en estas fotografías familiares, Eduardo. Ella está loca pero eso no quita que yo quiera estar con ella. No quería que su locura nos apartara de estar juntos esta navidad. Sabía que ocultaba su descontento por no tener fotos a mi lado. Me anticipé a su pedido suponiendo que le apenaría pedirme una foto después del papelón que pasó en la confrontación que tuvimos. Yo sabía que nos haría más fuertes y que no debíamos tirar a la basura todas esas conversaciones de ascensor y momentos compartidos.
Agradecí a mi forma de anticiparme a la situación y me felicité por haber guardado en mi bolsillo esa fotografía la vez que la ayudé con la mudanza. La loca se veía hermosa en esa foto. Nos regalé un momento juntos. Un momento que no pudimos tener por la ceguera del enojo. Pegué un recorte mío sobre su fotografía. No estaremos juntos esta navidad pero lo estaríamos juntos eternamente en esa hermosa fotografía de ambos. Encuadré la misma y la dejé en su puerta hace unas horas. Estaba seguro que le iba a encantar.
Cuando tocaron mi puerta corrí a ella con la seguridad de que mi loca se encontraba detrás, dispuesta a pedir perdón. Me di cuenta de su traición en el momento que en mi puerta no se escuchó la dulce voz de mi amada, sino que múltiples gruesas voces masculinas.
Hombres de traje azul llegaron a mi puerta y supe lo que estaba a punto de pasar. La voz autoritaria del oficial resonó en mi mente, sus palabras como un eco que me atormentaba. No entendía qué estaba pasando, cómo había llegado a esto.
"¿Eduardo López?", preguntó el oficial mientras yo me debatía internamente. ¿Por qué ella me había hecho esto? No sabía qué decir, cómo explicarles que solo la amaba y que quería cuidarla, protegerla de sí misma. La policía no entendería. Nadie entendía nuestra conexión, nuestra historia de amor destinada.
Finalmente, asentí con la cabeza y me dejé llevar por ellos. No me resistí, no tenía sentido. Sabía que ella estaba detrás de todo esto, manipulándolos para alejarme de ella. Pero nuestro amor es más fuerte que eso, Eduardo. Nada nos separará. Nada.
Mientras me llevaban por el pasillo, me permití una última mirada hacia su puerta. Estaba cerrada, su misterio intacto. No sabía qué le había pasado a ella, si se dio cuenta de todo lo que hice por ella, de mi amor incondicional. Pero tengo esperanza, Eduardo. Siempre la tengo.
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